En el fútbol, como en el universo, hay tantas clases de estrellas como de jugadores. Unas brillan con una luz especial. Otras tienen tanta fuerza y energía acumulados en su interior que pueden incluso ser destructoras para todo lo que pasa a su alrededor. No es el caso de Karim Benzemá, un jugador cuya luz ha marcado el camino de los grandes éxitos de todo un equipo.
Una estrella singular, aparentemente templada, pero igualmente resplandeciente, que hemos disfrutado durante ni más ni menos que 14 temporadas en una trayectoria no exenta de obstáculos y altibajos, pero en la que ha sabido brillar con una luz especial y, sobre todo, propia.
Así fue forjando su figura. Donde otros hubieran tirado la toalla o se hubieran hundido, donde otros hubieran querido ser el ‘primero’, el favorito, el indiscutible, el intocable, Benzemá se mantuvo firme. Aprendió, trabajó y creyó, y por eso posee una de las mentalidades que definen un súper clase. Un deportista fuera de lo común.
El delantero ya es el quinto futbolista con más partidos en la casa blanca con 647 y el segundo goleador histórico con 353 goles. Un jugador único. Una de esas estrellas que, como un cometa, tardará mucho en volverse a ver y que, por el contrario, siempre se recordará.