Hay alma de campeón en saber leer el caos. En sobreponerse a la desaparición de tu estrella. En llegar entre algodones. Los Boston Celtics tienen alma de campeón. El equipo del trébol dio una campanada (108-120) al regalar un último cuarto increíble y remontar lo que parecía complicado. A unos Warriors que volaban fieles a su estilo. Y con invitados a la fiesta que no esperábamos, Derrick White y Payton Pritchard.
Porque una final es siempre un partido diferente, especial. Y en la NBA más si cabe. “Un poco de oro en el verde”, decían los Celtics antes del partido debido a su camiseta con el parche. Por su lado, el Chase Center era todo un infierno para los visitantes. Y arrancó con la tónica de cita importante y tensa, con la gran estrella queriendo mandar.
En otras palabras, lo de Stephen Curry y su búsqueda del cuarto anillo. Salió rompiendo defensivamente a unos Celtics perdidos. Ni en la pintura -dominados por Looney- ni en el ‘backcourt’. Curry abría con 15 puntos de forma rápida y hacía que los Warriors despegasen. Boston se agarraba al marcador -deventajas de unos cinco puntos- por la inspiración de Smart y la garra segura de Robert Williams. Tatum y Brown, desaparecidos y sin efectividad. La peor noticia para los verdes.
Pero si algo define a los Celtics es que saben pelear. Y su corta rotación -lo que aportan Derrick White y Grant Williams- propició que conectasen. Cerraron el hueco a dos… Hasta que Curry repitió medicina. Otro triple para cerrar. Seis triples, el jugador que más en un cuarto de las finales. 32-28, en un periodo anotación máxima y poca defensa.
Aunque la realidad era que pese a la gran actuación de Golden State, no había una diferencia interesante en el marcador. A tiro de racha. Y es lo que ocurrió. Los Warriors tenían enchufado a Porter -dos triples-, pero los Celtics despertaron ante una defensa pasiva e intimidación de Robert Williams en la pintura. Además, Smart anotó un triple imposible, y Jaylen Brown se presentó en la final. Tres buenas canastas, partido empatado (47-47, 5′).
Los Celtics tomaron el ‘toro por los cuernos’ y castigaron a los Warriors en el lugar que más les lleva doliendo durante toda la post-temporada: la defensa de Curry. En forma de faltas, hasta tres. Y concesiones por todos lados. Así cambiaron el partido y con Smart omnipresente. Jaylen Brown y el mejor defensor del año mandaban el partido al descanso con cambio de color (54-56). El primer cuarto histórico de Curry quedaba contrarrestado.
Pero al ser una final no hay cosas seguras y cuando el reloj marca ’12:00 4thQ” se juegan las cosas de verdad. Y a Boston le quedaba una en la recámara. Jaylen Brown, si debiésemos de ponerle nombre. Cambió el partido en cuatro jugadas (dos canastas, una asistencia y un robo con asistencia). Neutralizó a unos Warriors sin anotar en los primeros tres minutos del último periodo, y volvían al partido (92-89). De hecho, allí lo decidieron.
Udoka había cambiado el plan. Quinteto pequeño, sin balones a Tatum y dos protagonistas inesperados: Derrick White y Payton Pritchard. Apretaban atrás y no dejaban de acertar. Los Warriors caían en la trampa y Al Horford solo desde fuera ponía a Boston al mando (103-106). Y no solo se quedaban ahí, pues su ataque desaparecía. Curry caía en fallos, Draymond Green no sabía leer los ataques. Y el plan de los Celtics mataba desde fuera, una y otra vez. Hasta 40 puntos.
Cifra para reventar cualquier partido del mundo. Acaban de hacer caer el Chase Center, la Bahía y a todos los Warriors. Con una exhibición de pizarra y fundamentos. Con alma de campeón. Y con olor a serie histórica. Los Celtics volvían a una final de la NBA. Y de qué forma. 1-0.