Bueno, mi gente… esta es de esas noticias que te dejan con un nudo en la garganta. Sophie Nyweide, esa morrita que seguro viste en algún capítulo de La ley y el orden o en pelis indie donde todos hablan bajito y todo es como profundo, falleció a los 24 años. Sí, leíste bien: veinticuatro. ¡Un bebé todavía!
La noticia explotó más tarde que temprano, porque todo esto fue el 14 de abril, pero recién ahora salió a la luz, y la cosa está más confusa que final de telenovela turca. La causa de la muerte no se ha confirmado, pero su mamá Shelly —con una sinceridad que te desarma— dijo a TMZ que la Sophie consumía drogas, que era chiquita, frágil, estaba con gente desconocida cuando murió y que la investigación está en proceso. O sea, todo turbio y sin respuestas claras, todavía esperando que la autopsia diga algo, pero va pa’ largo.
Y sí, su familia se tiró un comunicado que es como una puñalada con dedicatoria. Dijeron que Sophie era de esas personas buena onda, demasiado buena para este mundo tan envenenado. Que escribía, dibujaba, se vaciaba el alma en el arte, pero que también arrastraba traumas y cicatrices más profundas que una canción de Arjona. Se automedicaba para aguantar el tsunami interno, rechazó ayuda, y terminó perdiéndose. No fue falta de amor ni de manos extendidas, fue que el dolor la tenía en jaque desde hace rato.
Sophie no era sólo “la nena de la tele”, también hizo pelis como Bella, Margot en la boda, Noé y Sombras y mentiras… era de esas que empezaron chiquitas, con toda la vida por delante y con talento pa’ tirar pa’l techo. Pero bueno, Hollywood puede ser tan brillante como venenoso. Y esta historia, tristemente, es otra más donde la fama no salva, solo maquilla el desastre. Se nos fue la Sophie, loco… y eso duele más de lo que estamos dispuestos a aceptar.